Me llama mi gran amigo Ricardo F para la Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional


Esta columna la escribí el 05-06-2014. En la bajada decía: "Ricardo Forster es el filósofo de la semana. Ocupa un cargo oficial casi inventado por el realismo mágico. El columnista reflexiona, mientras come chocolate". Nunca la publiqué aquí, tampoco nunca me la pagaron. Y mientras leía las últimas rutilantes y brillantes declaraciones de mi gran amigo Ricardo F. me dije que era buen momento para terminar un enero que parece cualquier diciembre convulsionado y confuso. 


Leo un libro. Es después del mediodía. El sol del otoño está llegando suave, tan suave como aquel fuego amoroso desteñido o como aquel tiro libre, inexorable, que se convierte en gol. Yo no sé si es tan otoño, al fin, porque en el libro que leo no hay ni climas ni estaciones ni pronósticos. Estoy metido en el libro y mientras avanzo, a veces, miro el paso del sol en una línea que enceguece. Juego con la trayectoria del sol, con las sombras. Mastico un chocolate (¿será invierno, entonces?). Leo con pasión al arquitecto Oscar Niemeyer.

Me pregunto cómo será vivir casi hasta los 105 años, como él. Nunca habló sobre el cansancio estructural. Me pregunto cómo es imaginar una ciudad antes que exista, antes de ser construida. Me pregunto por algunas amistades personales que quedaron en Brasilia, qué harán, que no harán, cómo estarán. Niemeyer inventó esa ciudad, eso lo sabía, pero mientras leo, mientras Niemeyer escribe, mejor dicho, disfruto del poderío de las ideas.

Una idea es nada pero puede serlo todo. Esa distancia acaso sea también la diferencia entre un simple delirio y una serie de logros. Una idea es nada, no lo olvido. Pero podría ser todo en la vida de cualquiera. Yo podría colocar una cita de Oscar Niemeyer, para hacerme el canchero, para agregar consistencia a lo que leo y ahora pienso.

En ese momento el teléfono altera el clima y el calentamiento deja de ser global para pasar a lo estrictamente personal. El último bocado de chocolate ya decoló en mi boca. Manoteo el aparato, resignado. Llama mi gran amigo Ricardo El Pensador F. Está agitado, como apurado, como si viniera del banco de suplentes de alguno de los equipos en play off de la NBA.

Yo no sé qué le pasa. Charla que te charla, sin pausa. Intento calmarlo. Le propongo una mínima apología de la “siesta”. El mal entiende, y, casi enojado, me dice que ninguna “fiesta”. Ok. Sigue como electrizado. Ahí me cuenta que empieza una nueva etapa. Yo pienso que cada vez que alguien dice en Argentina “nueva etapa” se mueve dos centímetros la tumba de Sarmiento. De pronto veo a Sarmiento, pelado, medio con cara de sanjuanino contrariado, zondeado. ¿Le habría gustado el chocolate a Sarmiento?

Ricardo El Pensador, en un momento, baja de las Nubes de Úbeda, lo escucho descender de la Torre de Marfil, al fin salir de la temible Caja de Pandora. Oigo clarito que pide ayuda. Cuando alguien pide ayuda se oye el viento en las ramas de los árboles, las mareas, allá en el fondo, la gotita que transpira un surtidor. Es como si el pedido fuera un alarido que se va, de a poco, convirtiendo en silencio, para dar paso a sucesos más o menos comunes pero no siempre atendibles.

La ayuda es patriótica, dice. Como si yo creyera en alguna patria. Le manifiesto que resuma, que haga un redondeo, sin charla que te charla. No me olvido de Niemeyer. Me dice que le haga una lista de Aportes. Necesita un paper para el cargo flamante de Coordinador Estratégico para el Pensamiento Nacional. Suelto una carcajada. Le pido perdón. “De qué te reís, boludo”. Me sorprende que me trate de boludo. Después pienso. Y pienso a cuántos más tratará de boludo. Me quiero escapar de la boludez.

-Mirá, Ricardo- agrego. –No se me ocurre por ahora ningún aporte.

Me interrumpe.

-Gorila.

Se hace silencio. A martillazos.

Parece que cortó. Digo 3 veces hola y nada por aquí, nada por allá.

Aprovecho la pausa. Llamo a dos personas en Brasilia.

Uno me cuenta que el aeropuerto, el que recibe a los visitantes del Mundial, cada vez que llueve, se inunda. La otra me cuenta que tiene un novio nuevo y una vida vieja. Y no se ríe.

El otoño es lento y el chocolate siempre es poco, me digo. Y me quedo con el arquitecto, el inmortal, alto en el cielo. Apago el teléfono. Por las dudas.

¨No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas es hecho todo el Universo, el Universo curvo de Einstein.” (Niemeyer)

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